Sobre Granero, de Antonio Vergara
Serra es una villa situada a 330 metros de altura sobre el nivel del mar y rodeada de Naturaleza por todas partes. Se respira de sensación. En los años 20, 30 y posteriores del siglo XX se convirtió en el lugar de veraneo -a veces segunda residencia- de los capitalinos de Valencia. Todavía se conoce a Serra como la Suiza Valenciana, aunque no suele nevar.
Un de las personalidades que tuvo casa en Serra fue Manuel Granero Valls (Valencia, 1902). En el mundo del toro era simplemente Granero. Murió en 1922, en la plaza de Madrid a cuernos del astado Pocapena. Fue quien patentó el ‘pase de la firma’. Veraneaba en esta villa. Su casa estaba en el Carrer de la Pilota.
Viene todo esto a cuento de que el padre de Victor Vicente Navarro es hijo de un gran amigo del torero, su padre, Joaquín. Tanto que en Serra le pusieron el mote cariñoso de Granero. Siempre iban juntos, a veces a divertirse. El apodo lo heredó después V.V. Navarro.
Por las informaciones recogidas ‘in situ’, aquellos años 20 fueron tan locos en Serra como en París. Granero padre quería ser boxeador o torero. Combatía en ‘rings’ improvisados en un garage. Peso pluma. El ganador recibía como bolsa una paella de pollo y conejo hecha con leña; de hecho, The Great Granero era hornero y leñador. ‘Gourmand’ valenciano: en una ocasión se bebió, una tras otra, cien tazas de chocolate.
La madre de Víctor Vte. Navarro (‘Granero’ a partir de ahora) era modista. Cosía para sus vecinos. Dolores, que así se llamaba, cocinaba de categoría empanadillas de bonito con tomate, arroz con calabaza, guisado de pollo con cebollitas y rebollones de los bosques inmediatos o arroz con acelgas. El tío de Granero fue alcalde republicano de Serra.
Granero, nacido en 1959, se hizo notar ya a los siete años, cuando, sin mala intención, jugando, le pegó fuego a la torre del pueblo. Al parecer se almacenaba en ella la leña que después era utilizada para encender las estufas de la escuela. Granero quemó unos papeles y sus llamas prendieron en los pinos secos. Hubo volteo de campanas. Su lenguaje (¡fuego, fuego!) movilizó a todo el pueblo. Las mujeres pusieron a salvo a sus enseres. Año 1966. Granero estuvo a punto de emular involuntariamente a Nerón.
Tal vez por la influencia republicana de su tío, en 1972, con 13 años, lideró una manifestación a favor de que hubiera clases en La ‘Escola Pública Sant Josep’, desatendida. A los gritos de “queremos maestro” y “queremos nuevo director‘, la manifestación transcurrió sin incidentes graves, si bien Granero fue perseguido, en su calidad de cabecilla, por el alguacil de Serra, llamado ‘El Olivero’. Fue también monaguillo, y se bebía, cómo no, el vino antes de su consagración. Jamás pecó, por tanto. De pequeño quiso ser escultor, vocación estética que derivó a la música. Formó parte de un conjunto llamado Chewwi- Chewwi. En su repertorio, ‘Vuelvo a Granada’ y el ‘hit’ de Julio Iglesias ‘Gwendolyne’. Por estas fechas, 1973, comenzó a trabajar de aprendiz de barra en la LLoma (Náquera). Tapas. 1975, cafetería Broma (Valencia), extras, y el restaurante Rossinyol (Náquera). Aquí permaneció trece años. Amplió conocimientos en el hotel Bayrén (Gandía). El ‘chef’ Emilio le enseñó a confeccionar las salsas española, bearnesa y holandesa. Granero es autodidacta, lector de libros de cocina.
1978: el servicio militar. En Córdoba, Automovilismo. Entró como cocinero. Descubrió que todavía quedaban partidas de aquella ternera congelada —30 años en hibernación- que el presidente argentino, Juan Domingo Perón, envió a España en los 40. Hecha poco a poco, en guiso, con cebolla, aceitunas sevillanas, vino de Jerez, agua, sal y pimienta, la tropa rejuvenecía al comerla. Introdujo en la dieta la ‘fideuá’, la paella de pollo y conejo y la de marisco. Travesuras: meter pollos vivos en la litera de los reclutas, por la noche, o embadurnarlos mientras dormían con colorante para uso alimentario.
Luego de la mili Granero regresó al Rossinyol, y en 1988 abrió con su mujer, Mónica Navarro (Serra, 1968), Casa Granero. Ambos se conocieron cuando interpretaban los principales papeles de la ópera Rock Jesucristo Superstar en el teatro parroquial de Serra (1984). Granero hacía de hijo de Dios, es decir, Jesucristo, y Mónica de María Magdalena. No sabemos quién tentó a quién, pero terminaron casándose.
Granero es muy capaz de ‘arreglar’ un cadáver o de coger a una anciana muerta en una mecedora, a la puerta de la casa, y meterla en el ataúd, pero se asusta con un pájaro volando en una habitación, como Razin, aquí al lado. En esta fobia reside el éxito de Hitchcock en ‘Los pájaros’, casi siempre de mal agüero.
Mónica, salida de algunas páginas del Blasco Ibáñez de ‘Entre naranjos’, fue rebelde y traviesa, con tendencia a la emancipación y sin militar en el feminismo doctrinario. Estudió hasta los 14 años, inmediatamente, como mujer activa que es, se puso a recoger fresón en los campos de Alfinach (Puçol). Luego trabajó como ‘collidora’ en los huertos de naranjas del que fue sensacional jugador del Valencia C.F., Pepe Claramunt. Las ‘collidoras’ se levantaban a las cinco de la madrugada. En Masies, población próxima a Serra, cobraba (1982) 75.000 pesetas al mes cada quince días en un almacén de cítricos. Dieciséis horas de trabajo cotidiano. Intermedio en un comercio de electrodomésticos. Se aburría. Y volvió al campo, lo suyo, con Pascual Hermanos, exportadores de frutas y hortalizas. LLeva todo el papeleo del restaurante, lo cual no es óbice para que su alma romántica estalle siempre que vuelve a ver Lo que el viento se llevó.
Una pareja tan distinta como bien avenida y complementaria.